Toda historia tiene un comienzo, y el comienzo de la historia de la coctelería como la conocemos hoy en día tiene el suyo: Los Clásicos.
Por clásicos entendemos aquellas mezclas que han permanecido inalteradas durante muchos años (en algunos casos más de 200) y que son reconocibles por el público en general, pero sobre todo son de conocimiento obligado para los profesionales de este nuestro sector: Los Bartenders.
Nosotros, los bartenders, colectivo en el que me incluyo después de ya más de 15 años en el oficio, no solo somos los reproductores de esas mágicas recetas sino que además, posiblemente, seamos uno de sus mayores consumidores, y los que más hemos contribuido a mitificar algunos de ellos.
Los clásicos de la coctelería son algo así como las bases sobre las que hemos construido todo lo que a mezclas, balances y proporciones se refiere, a la hora de crear un cóctel o “cocktail” (bajo la denominación anglosajona). Los clásicos son demostraciones fehacientes y vivas de una mezcla o proporción exitosa, lo que nos lleva utilizarlos como una herramienta de comparativa y como una “norma” de creación, siempre modificable en función del paladar o el objetivo de la mezcla. Un ejemplo claro sería uno de mis cócteles preferidos en estos días: el “Mezcal Negroni”. Donde utilizando la proporción 1/1/1 de Gin, Vermut Rojo y Bitter, simplemente sustituyendo el Gin por el Mezcal obtenemos una bebida completamente diferente, de perfil ahumado y ligeramente más dulce con notas vegetales que no se encuentran en el Negroni original.
Esto de lo que hablamos no es ninguna novedad, no hemos descubierto nada nuevo, pero sería de necios negar que en este preciso instante reina una corriente de vuelta a los orígenes, de utilización de estructuras y licores clásicos para la creación de las mas “modernas” delicias, alejadas (en el caso de estos bares que apuestan por esta tendencia) del cóctel craft, o del denominado “cóctel de autor”.
Esta corriente, desde nuestra perspectiva, responde a la necesidad de una parte de nuestro sector en la que personalmente me incluyo, que quiere reivindicar lo simple, que no sencillo, y lo esencial como signo de elegancia y de disfrute, por encima de pócimas mágicas de mil ingredientes que quizás nunca nos lleguen al corazón, así como en su día nos llegó nuestro primer Negroni… Lo bonito de esta vertiente, no sin polémica, es la visión de que a veces es bueno recordar de dónde venimos, para saber a dónde queremos llegar.